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Mirada de antropóloga

“...Vivo para enrolar los objetos en un sistema de expresión; hay que unirlos a la naturaleza, a la vida del hombre.” Georges Henri Rivière.

Como haría un antropólogo que se debate entre la cultura y los orígenes mismos del hombre, Martha Jiménez, escultora, ceramista, pintora, mujer de pueblo; hurga en los testimonios del saber contemporáneo, por eso, profundiza y estudia los ademanes, las pequeñas costumbres y tradiciones, para detenerlas en piezas que polemizan entre lo cultural y lo humorístico.

Llaman la atención, muchas de las piezas que perfectamente son portadoras de un mensaje que puede ser decodificado por el más cotidiano de los públicos; sin embargo, no dejan de guardar en sí alguna sutileza que llega hasta la reconocida como alta cultura, y es que, Martha, sabe combinar lo popular con la llamada cultura más erudita.

Dentro de la creación de la artista, hay cosas que no deben obviarse y es precisamente la marcha con el contexto en que realiza la obra, ese estar atento al entorno, a lo que pasa en la calle, en una esquina, en un barrio, cotidianidades, que la convierten y ratifican su mirada de antropóloga, siempre mirando a la etnia, no desde un punto de vista racista como quizás pudiera entenderse, sino como marginalidad.

Para Martha cobran vital importancia las periferias culturales, por eso puede aparecer una mulata con un quinqué, con un candil, una vela u otros medios pero siempre voluptuosa, llena de carnes, con senos maternos y nutricios, además inmersa en esos mundos de aventuras y desventuras, para hablar del problema que tiene que ver con toda la sociedad cubana en los momentos actuales.

Con singular uso de la textura imitativa en algunas de las obras, se simula la yagua que viene a unírsele al barro, en un discurso de identidad, desde disímiles aristas. Mujer y hombre conviven en un mismo espacio y alcanzan prácticas que la artistas con una aguda posición reafirma y nos enseña su punto de vista al asumir la cubanidad.

Es de esta manera, que la creadora nos advierte la pluralidad de sus mensajes, en la que nos incita a dejar un posición clara ante lo nuestro, lo heredado y lo cotidiano. Enfatiza además la visión del otro.

En las piezas que ella prefirió llamar “Lo nuestro es nuestro, lo llevo dentro”, provoca una especie de complejidad con los receptores, pues la obra habla por sí misma.

También suele compaginar a estas mujeres, que generalmente están inmersas en las labores domésticas, de suministro de productos que son necesarios para sustentar a la familia y hacer la vida más grata en el hogar, con un recurso al que ella le ha llamado “La cuarta parte”, de una manera muy refinada como ya había sido aprobado por la comunidad, el bolso, la jaba o simplemente ese otro artefacto que sirve para cargar y llevar a casa, convirtiéndose en un medio importante dentro de la poética de la artista.

Sobre todo, yo diría que es la factura, la gracia, con que Martha Jiménez hace una composición para abordar dos temas tan neurálgicos que están dentro de la sociedad, y a la vez están llenas de humor.

Me viene a la mente y recordarán, aquella obra de Kcho que se titula Plan Jaba, donde había una gran jaba de yarey, que al mismo tiempo morfológicamente está muy asociada a la Isla de Cuba. Ambas cosas vienen en Martha a resolverse de una manera mucho más irónica, con un cierto sarcasmo -aunque sin perder la delicadeza- y es el hecho, de no referirse a la jaba tradicional de yarey, a la jaba que devino en emblema por el material con que ha sido hecha para la cultura, sino a esa jaba que va de compras o que a veces no debe faltar, justo en las tiendas o en las Shopping donde se adquieren aquellos productos necesarios, productos de primera necesidad, para convertirse en un eslogan más de toda la producción de consumo o de distribución.

Deleitarse con estas dos series e integrarlas en una realidad, es nuestro propósito, si algo logramos, ya es historia. Gracias Martha en nombre de tu pueblo.


Autor: Nérido Pérez Terry
Especialista del Museo Provincial
Junio de 2005